domingo, 10 de enero de 2010

Daniel Mato: Todas las industrias son culturales: breve resumen

En su breve y conciso texto, Daniel Mato plantea y desarrolla una crítica sobre una noción algo cotidiana y entronizada, como es la idea de Industria Cultural. Según lo expuesto por el autor, la aplicación de tal idea para catalogar sólo a un determinado grupo de industrias, como la de la televisión, la de la música, el cine o la radio, por ejemplo, se presenta, a su vez, como un proceso de exclusión evidente, pues conlleva a dejar de lado a otras industrias que son igualmente susceptibles a ser consideradas “culturales”, como la industria del juguete, la del vestido y la automovilística. La razón por la cual estas industrias deberían ser consideradas de tal forma radica, a grandes rasgos, en la profunda importancia y repercusión que tienen en la sociedad, es decir, en sus “consumidores” directos; o para ser más precisos, porque “producen productos que, además de tener aplicaciones funcionales, resultan socio-simbólicamente significativos”.

Luego de referirse muy brevemente a la idea de Consumo Cultural, de gran relevancia también en el ensayo, y la cual explica como el consumo tanto de aquellos productos provenientes de las primeras industrias mencionadas (televisión, cine), como a otros tipos de consumo, tales como visitas a los museos y salidas al teatro; y después de ofrecer ciertos datos sobre el origen de dichas ideas, Daniel Mato comienza a analizar, muy esquemáticamente, la condición cultural de algunas industrias, revelando la importancia socio-simbólica de estas. La primera en ser estudiada es la del juguete. Aquí, en este punto, el ensayo empieza a tornarse interesante.

Según Mato, para lograr distinguir su carácter cultural, la industria del juguete debe ser vista desde una perspectiva general; esto es, entendiendo todo lo que engloba, desde la producción del juguete en sí, del objeto, hasta su empaque, y comprendiendo, además, el mercadeo y la publicidad que se hace de éste; en pocas palabras, su contexto, puesto que –siguiendo a Mato- estos dos últimos aspectos son los que imponen la manera en que debe jugarse con ellos; son los que establecen una suerte de instructivo. Sabemos que, en cierta medida, esto es verdad. Es un hecho que la publicidad, a través de sus súper efectivos mecanismos, antes sólo un poco sugerentes, discretos, ahora obvios y directos, dicta la forma “ideal” de usar el juguete. Sin embargo, la efectividad de la publicidad de la industria del juguete es aún mayor –y hacia eso es a donde está orientada- mostrándole al niño lo bien que se ve jugando con determinado producto, y, en algunos casos, lo que puede alcanzar con él (sobre esto hay muchos ejemplos, pero por ahora no es pertinente profundizar demasiado. Sólo recordemos, por citar un ejemplo más que conocido, el famosísimo e inmortal “set de belleza” para niñas, con sus labialitos y todos sus particulares accesorios: ¿Jugando con dicho set, qué les proporciona mayor satisfacción a las niñas: maquillarse o lucirse, coquetísimas y actuando como mujeres, ante las otras niñas?).

Además de ser una especie de herramienta para resaltar, el juguete, como sabemos (por ser adultos, claro), comprende una inmensa red de asociaciones y de significaciones que, entre otras distinciones, le otorgan a éste un papel decisivo en el proceso de construcción y de comprensión de sí mismo, en su integridad, al niño. Los casos que menciona el autor, sobre las muñecas “étnicas” (“coloreadas”) y la Barbie, son los más característicos, comunes e ilustrativos. Ciertamente, estas muñecas configuran profundamente la manera en la que las niñas se conciben en la sociedad: tanto la Barbie, imponiéndoles el modelo de la mujer ideal a seguir, impulsando, a su vez, el rechazo de todo aquello que no se adecúe a esa imagen (incluyéndolas muchas veces a ellas mismas, por supuesto); como la morena Huggy Bean, ofreciéndoles una figura alternativa a las niñas afrodescendientes, “distintas”, para que consigan “identificarse positivamente”. Estos “elementos contextuales” fundamentalmente son los que impulsan a Mato a incluir a la industria del juguete dentro de la categoría de Industria Cultural, y está en lo cierto. Es decir, el papel que cumple esa industria en la sociedad es indiscutiblemente evidente e importante.

La industria del vestido, por otro lado, acusa más razones para “acreditarse” con la etiqueta de Industria Cultural. Su impacto en la sociedad es aún mayor que la Industria del juguete, y su alcance y repercusión es superior. Entre varias razones que señala Mato, hay dos que resaltan. La primera se refiere a la idea de la moda.

Delimitando el concepto de moda, cuya amplitud abarca desde modas literarias hasta modas de juguetes, Mato afirma que las modas de vestir, (la ropa, la indumentaria) responden al deseo de los individuos de pertenecer a un grupo social específico y, a la vez, diferenciarse dentro de esos grupos. Mato, a modo de argumento, nos presenta otro hecho evidente.

Sin pretensiones de revisar las tendencias en las formas de vestir de las últimas décadas (no es pertinente hacerlo), puede afirmarse que la gran mayoría de esas tendencias fueron promovidas y posteriormente consolidadas por personas con intenciones de destacar del resto, de ser “diferentes”. Basta, por ejemplo, con fijarse en la gran diversidad de estilos que están presentes en la actualidad. Cada uno posee sus códigos y sus premisas con respecto a la ropa: los “Emos”, los (auto) rechazados de la sociedad, se inclinan por usar prendas negras y fucsias, y detestan -quizás con la misma intensidad con la que son supuestamente rechazados- el verde fluorescente; los que siguen el Hip-Hop, con sus ropas anchas y gorras, y los “Punketos” se visten a su manera –similar, en parte, a la de los “Emos”, pero con más negro y menos fucsia (detestan el fucsia como a cualquier ente que represente autoridad)-. Todos estos grupos, y los que quedan (¿Los conocidos y blancos “Santeros”, quizás?) siguen sus códigos atendiendo y respondiendo a ese deseo que menciona Mato por pertenecer a un círculo en particular. Esto, ciertamente, puede ser objeto de largas y acaloradas discusiones, pero debe reconocerse que lo que impulsa determinadas formas de vestir no es sólo una necesidad por protegerse del clima y de la desnudez (que lo digan los que, en un día soleado, usan suéter con capucha).

Con ese argumento, Daniel Mato devela e ilustra el claro carácter cultural de la industria del vestido, y sitúa a ésta dentro de la gran idea de Industria Cultural. La otra razón que expone el autor, que se refiere, a grandes rasgos, al impacto que provoca la producción propiamente dicha en la vida de los trabajadores de las grandes corporaciones de ropa (salarios bajos con relación al trabajo realizado, por ejemplo), pese a no ser desarrollada, es igualmente importante.

Con respecto a la Industria del automovilismo y a la de la comida rápida, sobran las razones para considerarlas, en el sentido que Mato le otorga a lo largo del ensayo a ese concepto, como Industrias Culturales. Sus repercusiones y significados socio-simbólicos son para sus “consumidores”, en esencia, similares a los de la Industria del vestido y a la del juguete. Los argumentos ofrecidos por el autor son totalmente acertados, y, con relación a la industria del automóvil, hasta reveladores (sobretodo el que señala que el automóvil ha afectado y modificado el cortejo y la sexualidad de los individuos.). En general, Daniel Mato logra cumplir con su objetivo; consigue ampliar la noción de Industria Cultural, y, aunque no explique exactamente, y a profundidad, cuál es el porqué, la justificación de su objetivo, así como sus consecuencias e implicaciones inmediatas, aparte de mencionar que la aplicación de la idea de Industria Cultural es limitada y excluyente; habilita y proporciona herramientas y datos para estudiar y discutir sobre un tema más cotidiano e importante de lo que parece. El concepto de Industria Cultural queda destronado.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Sobre luchas contra poderes hegemónicos:

Si hay algo que caracteriza y define sustancialmente nuestras vidas y la historia universal son las luchas contra poderes hegemónicos. Es un hecho. Nuestra cotidianidad está llena de enfrentamientos con instancias superiores. Desde que salimos de casa, y nos atrevemos a desplazarnos por la ciudad, nos topamos con diversos problemas que sólo podemos superar siguiendo determinados pasos, acatando ciertas reglas. Si vamos a cruzar la calle, por ejemplo, debemos esperar a que cambie la luz del semáforo a nuestro favor para poder pasar y así evitar ser advertido por las autoridades (en nuestra querida Caracas esa advertencia se traduciría en un ¡Mira!, ¿te cuesta mucho esperarte? ¡Pendiente y te atropellan por atorado!, por parte de un malhumorado fiscal de tránsito). Igualmente, si vamos a realizar alguna diligencia en un lugar al que muchas personas asisten para cumplir un objetivo similar, debemos hacer gala de nuestros valores como ciudadanos y seguir la cola como el resto de las personas, procurando no caer en la tentación de adelantarnos sin el consentimiento del otro, porque de hacerlo las autoridades del lugar nos llamarían la atención rápidamente (además nos ganaríamos sin necesidad alguno que otro insulto).
Por otro lado, ¿Qué es lo que nos enseñan de historia universal a lo largo de nuestros estudios si no es la consecución de batalla tras batalla y de conflicto tras conflicto entre grupos oprimidos –o supuestos oprimidos- y entes hegemónicos? Repito: es un hecho. Las luchas contra el poder forman parte de nuestra cotidianidad y del mundo. Así siempre ha sido, y lo seguirá siendo.
Actualmente las disputas de cualquier nivel están impulsadas por relaciones de poder. Pero con la gran diferencia de que las disputas de nuestra era, de la llamada era de la modernidad, que empieza “formalmente” entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, toman parte en escenarios distintos y son lideradas por figuras menos evidentes. Estamos en un tiempo en el que las luchas contra poderes hegemónicos no son llevadas a cabo por el pobre hombre a caballo y el guerrero con escudo y espada. Sobre esta “nueva modalidad” de luchas contra el poder se basan los planteamientos y estudios de un reconocido pensador e intelectual europeo: Michel Foucault.

Entre la vasta y compleja red de estudios tejida por Foucault destacan las llamadas lógicas del poder; lógicas cuya vigencia es, en mi opinión, indiscutible.

Partiendo de lo que dictan estas lógicas, el poder, por un lado, no es algo que se tiene. No es una suerte de bien, de objeto que pueda ser “manipulado”. Debe ser visto, por el contrario, como una estrategia empleada por “hogares de inestabilidad”, es decir, por entes que no están referidos estrictamente a una institución en particular, porque, sencillamente, como resalta Foucault, el poder no se concentra en un espacio, en un lugar en particular. Para el intelectual francés, el poder comprende una microfísica que debe ser atendida con atención; una microfísica que, a su vez, comprende lo que él llama “hogares moleculares”, esto es, desde otra óptica, la inexistencia de un centro, de un núcleo en el que descansa el poder. Entender esto es fundamental pues acaba con la idea de que el Estado es el “dueño” del poder, y, por lo tanto, con la suposición de que atacar al Estado es atacar al poder en sí mismo. Por otro lado, esta nueva concepción del poder comprende también distintos modos de acción, diferentes mecanismos de defensa y de dominación, en los que la represión y la ideologización son sólo medidas extremas. El modo de acción más efectivo y hegemónico es la normalización; modo que, además, es casi imperceptible; opera de manera silenciosa, sin que nos percatemos. Se manifiesta y nos somete permanentemente.

Este modelo de poder que señala Foucault puede ser detectado en nuestra “realidad” venezolana inmediata. Fijémonos, por ejemplo, en la situación de exclusión extrema de la que fue víctima la población de los barrios caraqueños, tomando como referencia lo expuesto por Andrés Antillano en su texto.*

Desde el mismo momento de su irrupción en la capital, a mediados del siglo pasado, las zonas populares caraqueñas han sido consideradas por el imaginario colectivo como un no algo; se erigieron bajo el estigma de la negación, y han sido entendidas por la retórica de la ciudad como una anomalía. La exclusión de tales zonas ha llegado al extremo de ni siquiera ser tomadas en cuenta en la elaboración de los estudios cartográficos o de los mapas de la ciudad, como señala Antillano. Han sido, tal cual, una parte rechazada y marginada del ideal de la ciudad moderna. Y, por supuesto, en ese proceso de exclusión la población de esas zonas ha sido igualmente marginada (ni mencionemos las consecuencias que ha producido tal rechazo). Sin embargo, -siguiendo a Antillano- a partir de la organización de esa población en mesas técnicas de trabajos y en comités de tierras urbanas (CTU), concretamente en el año 2002, el panorama comenzó a cambiar. Se dio inicio a la lucha por excelencia contra el poder hegemónico que condenaba a ese sector, a favor de la inclusión y el reconocimiento.

Si nos detenemos en este punto, podremos identificar lo que mencionamos del nuevo modelo de poder y de sus modos de acción. En primer lugar, esta lucha por el reconocimiento que comienza la población de las barriadas caraqueñas no es en contra de un ente en específico, tangible, sino en contra de un discurso hegemónico. En segundo lugar, en la toma de conciencia de estos pequeños sectores de su propia situación, y a partir de su posterior organización, queda ilustrada la lógica de propiedad postulada por Foucault, pues se evidencia cómo el poder no es ejercido por un ente dominante, como el Estado, por ejemplo, sino por un “hogar de inestabilidad”. Y por último, en los procesos de exclusión y de estigmatización de los barrios y de su gente pueden distinguirse los mecanismos de acción del nuevo modelo de poder, tales como la represión (cuando cualquier queja o manifestación era castigada y replegada a través de la fuerza o de la desacreditación sin argumentos (desacreditación manifestada en comentarios como: “¡¿qué derechos va a estar exigiendo esa gente?!”) o la normalización, al etiquetar y reconocer a priori a la gente del barrio como delincuentes, por ejemplo (proceder este muy arraigado en nuestras costumbres).

Ya para concluir, hay que mencionar que el comentado proyecto de inclusión que se está llevando a cabo en el ceno de las barriadas caraqueñas desde el año 2002 ha brindado resultados que ciertamente son muy notorios y dignos de atención y de reconocimiento público. Yo mismo he sido testigo de ellos. Conozco a gente que se ha beneficiado de todos esos logros, y en esa medida apoyo tal proyecto. Sin embargo, al observar cómo dichos logros son vinculados a un partido político como en una suerte de propaganda y de publicidad, cuyos intereses no se corresponden precisamente al beneficio de esas zonas populares y de su gente, me desilusiono un poco y pienso, por razones que prefiero no desarrollar, en el otro mecanismo extremo de dominación del sistema de poder: la ideologización. En todo caso, lo realmente importante y esencial es estar al corriente de todo lo que ocurre; evitar estar ausente. En esta era los roles cambian constantemente, se transforman, pero siempre habrá un grupo dominado.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Algo sobre la movida cultural caraqueña

En este último trimestre del año he tenido la suerte de asistir a varios eventos culturales que me han hecho sentir muy satisfecho, todos efectuados aquí, en Caracas.
La mayoría de esos eventos han sido obras de teatro, tanto en la fundación Rajatabla como en las salas de Uneartes, antigua sede del Ateneo de Caracas. Las obras que vi en esos lugares, en serio, se ganaron los aplausos que no había dado ni siquiera en la graduación de mis hermanos en la universidad. Sobretodo la que vi en la pequeña sala de Rajatabla, “Cuentos de guerra para dormir en paz”. ¡Qué obra tan buena! La vi dos veces y todo, y después de verla por segunda vez, quería que todos mis panas se llegaran a verla. Una locura. En la sede de Uneartes, cuyas salas están en muy buenas condiciones (debía decirlo, ahora, con propiedad), vi dos obras de mucha calidad (José Amindra y Encuentro con Francis Rueda) y participé en una conferencia muy interesante, aunque un tanto accidentada por las eternas intervenciones de algunos oyentes, llamada “sobre la actualidad del concepto de arte”.
En estas obras que mencioné, así como en aquellas que no porque simplemente no me hicieron pasar un rato tan agradable, como una titulada “Bolívar, el libertador”, dirigida por Alberto Carbonell, -en la que pude ver con sorpresa e incredulidad cómo se mezclaban y se daban cita en el mismo escenario una estereotipada representación de indígenas americanos con algunas piezas de Franco de Vita (sí, tal cual)-, pude notar que hay muchísima gente participando activamente en la movida teatral caraqueña. De verdad. Y eso me alegra mucho, independientemente de cuáles sean los intereses o aspiraciones de los que forman parte de esa movida, de ese mundo. Considero que dicho mundo es, entre otras cosas, un espacio ideal en el que pueden gestarse y desarrollarse ciertos cambios y transformaciones (digo esto porque hay quienes dicen que hay cierto estancamiento y monotonía en el teatro de esta ciudad -si se estudia el fenómeno con atención, puede ser verdad-). Todo un espacio de posibilidades.
Pero más allá de estas consideraciones personales, lo que quiero es dar testimonio de la gran movida cultural que se está presentando actualmente aquí en Caracas, y de la diversidad de eventos que la constituye, porque ¿cómo obviar, por ejemplo, las exposiciones y talleres que se organizan mensualmente por el centro cultural Chacao, en el Rosal, (Pillen qué se ofrece en este espacio, panas de Mérida: http://www.culturachacao.org/) o los conciertos, cada miércoles, de los miembros de la Movida Acústica Urbana* (MAU), en el local Discovery Bar*?, ¿Cómo dejar de lado -ya en el ámbito cinematográfico- al concurso Caracas filminuto**?

Caracas es una ciudad que resguarda una importante variedad de eventos culturales (¡Ahora es que me faltan eventos por destacar!), en su mayoría interesantes y muy enriquecedores, aunque parezca que no es así. Sólo es cuestión de indagar –con interés y mucha paciencia- y de participar.


*:
http://agenda.universia.edu.ve/otras/2008/09/19/movida-acustica-urbana
**: http://www.mipunto.com/filminuto/index.html

jueves, 22 de octubre de 2009

Primera dinámica de grupo: ¿Intelectuales al servicio del país?

¡Bueno: ahora mi turno, Abarca!
Lo que expondré a continuación son dos fragmentos de una entrevista realizada a un reconocido fotógrafo venezolano. Dicen así:
-"En Venezuela, salvo casos aislados, los artistas no están haciendo crítica o reflexión sobre el momento que vivimos. Hay mucha evasión. Muchos artistas e intelectuales han asumido una posición muy cómoda, un estado neutro que hasta resulta peor.".
-"Hay mucha mezquindad entre los intelectuales que no se ponen al servicio del país. Muchos artistas se dan golpes de pecho pero no crean una obra contundente en contra de lo que está pasando. No es suficiente asumir una posición crítica... (...) ".
Te pregunto, hermano -y también a todos aquellos que quieran participar-: ¿qué opinas de esta posición? ¿estás de acuerdo con lo que dice el entrevistado? ¿Deberían realmente los artistas -entendiendo artista como creador- involucrarse con el acontecer diario de su país, con la política de su país?
Revelaré la identidad del fotógrafo venezolano en unos días, después de ver las primeras respuestas. Por ahora me gustaría que nos concentráramos únicamente en estos fragmentos.

domingo, 11 de octubre de 2009

Yo pienso

Hace unos días, en una de esas búsquedas de cosas extrañas que muchos solemos hacer por intenet cuando tenemos algo de tiempo libre y bastante ocio, di con una noticia -no tan rara y extraña- que me sorprendió y me indignó mucho. Se trata de una entrevista realizada por una periodista de la cadena de noticias de la página web de Aló Presidente al que es el actual ministro "del poder popular" para la Cultura, Hector Soto (¿A que no sabían? !Pues claro! ¿Y cómo vamos a saberlo? Si a estos panas "ministros" los cambian cada tres meses! Exceptuando, claro, a Jesse Chacón y a Diosdado Cabello).

Hay tantas cosas que quiero comentarles sobre esta entrevista que, de hacerlo, me tomaría como tres entradas y media. Y es que, de pana, no puedo creer cómo estos funcionarios repiten y repiten el mismo discurso siempre, sin verguenza alguna. Son los propios Cara e' tabla. Pero bueno, a continuación dejaré algunos fragmentos -y alguna que otra pequeña frase célebre- de esa entrevista y, a la vez, les "dejaré saber" qué es lo que pienso de lo que dice el ministro, a través de algunas interrogantes. Veamos.

La entrevista empieza con esta perla:
"La cultura está llegando a todos los espacios. Hemos liberalizado las Artes que, por mucho tiempo, estuvieron secuestradas por las élites; ahora pertenecen al pueblo, a los estudiantes. Traspasamos las fronteras de las élites culturales, estamos expandiendo el conocimiento hasta las comunidades y, a la par, estamos recuperando las culturas comunitarias. Una muestra es la Unearte".
Me pregunto, ¿Cuáles son esas élites que "secuestraron" las artes?, ¿Qué es una cultura comunitaria? ¿A que se refiere el ministro por "las Artes"? Creo que saber ésto último sería de mucha utilidad para comprender el resto de la entrevista. Probablemente, ya podamos intuirlo. Pero yo, por ahora, no pretendo establacer una discusión sobre este punto. Quiero, por otro lado, mostrarles qué fue lo que produjo mi malestar.
Sobre la Unearte, el ministro dice:
"Aquí va a ver una doble estrategia emocionante, porque pueden seguir exhibiéndose grupos de teatros profesionales que venían presentándose, ¡y el público ahora entra gratis! Y la mayoría va a estar compuesto por los estudiantes de la universidad de las Artes, quienes tendrán mucho que aprender de los grupos. Y qué mejor que una instalación recuperada que estaba en muy mal estado. Ahora, está muy bien recuperada, la rectora Emma Elinor Cesín y su equipo de recuperación hicieron tremendo trabajo. ¡Estamos muy felices! Es la política de inclusión: aquí se abrió un proceso de inscripción libre, no hay ningún requisito -salvo ser bachiller-. Tenemos ya una población de mil 400 estudiantes y bueno... aquí está, para el país, para este pueblo."
Yo, particularmente, no he vuelto a ir al Ateneo desde que dejó de ser el Ateneo. No sé cuáles son sus condiciones ahora, siendo Unearte. Sin embargo, puedo decir que nunca lo vi en "muy mal estado". Pero bueno, me alegra que la rectora haya comenzado "recuperando" un lugar que va a ser de tanto provecho para el pueblo, aunque pienso ¿la construcción de una nueva sede no hubiera sido, quizás, aún más conveniente, más provechosa y un gesto más acorde con la política de inclusión que caracteriza la gestión de nuestros actuales gobernantes?, ¿Qué hay de los antiguos trabajadores del Ateneo de Caracas?, ¿Qué hay de aquellos estudiantes del IUDEM (Instituto Universitario de Estudios Musicales), como mi amigo Daniel Cáceres (UCV), que quedaron "flotando" después de la estructuración de la Universidad de las Artes como una institución única? No sé. ¿Qué es, entonces, política de inclusión, ministro Soto?
Cuando lei esta parte de la entrevista me molesté mucho. De pana. De hecho, ahorita, mientras la releeo, me siento igual. Por eso, creo que muchas de estas impresiones personales no son del todo "objetivas". Pero no me importa si lo son o no. Aquí les presento otro fragmento:


Sobre "la política de innovación" de la Unearte, Soto dice:


"Hay una política de formación integradora entre la sociedad donde vive el artista, y el artista y su disciplina. Y una novedad muy importante es que aquí nacen cuatro carreras. Ya están en pleno funcionamiento: Artes Plásticas y Escultura, Danza, Teatro y Música. Lo interesante es que el primer año, los estudiantes pasan por todas esas disciplinas. Es decir, que un estudiante de Danza va a tener nociones de Artes Plásticas, de Música y de Teatro. Y así en todas las disciplinas. Eso es muy novedoso. Normalmente, siempre se halla rígidamente estructurado sólo Danza, o sólo Teatro, o sólo Música. Ahora van a tener un conocimiento amplio."
Lo primero, en parte, me parece acertado: el artista o el individuo con vocación artística debe estar enterado y al corriente de lo que pasa en su sociedad. No creo en el artista aislado del mundo, sufriendo. No estoy muy de acuerdo con esa imagen de artista. Por otro lado, no confío en una política de "formación integradora" impuesta por los gobiernos, y mucho menos una impuesta por este gobierno en particular. Con respecto a la "novedad" de las carreras de Unearte, me parece que hay algo que no se menciona: en la Central, en la UCV, ministro, tenemos un sistema de estudios "parecido". De 10 semestres, 5 son de estudios generales sobre "las artes", ministro. Los que se interesan por el cine, como yo, deben estudiar alguito de música y de teatro, por ejemplo. Pero bueno, vamos a suponer que quizás sólo se le olvidó mencionar este detalle de la Central al ministro, así como que hay una Facultad de Arte en Mérida (nunca mencionada en esta ni en otras de las entrevistas que leí).
Esta entrevista es mucho más larga, amigos. Y tiene mucha información y datos únicos, como este que dice que "El área de cine estuvo muerta. Durante casi una década que no se producía ni un largometraje". Pero prefiero dejar esta nota hasta aquí e invitarlos a reflexionar sobre nuestras autoridades y sus acciones que, de alguna u otra manera, son las que controlan y manejan nuestro país, el país donde -creo- todos queremos vivir y desarrollarnos.
Para terminar, les ofrezco la definición de cultura de Hector Soto:


"Para mí, la Cultura no es un grupo de ilustrados que gravitan alrededor de las Bellas Artes. Las definiciones que nosotros asumimos, y partir de la cuales diseñamos las políticas culturales, son fundamentalmente dos: la primera es que la cultura representa lo que somos, lo que fuimos y lo que queremos ser. Eso se lo hemos oído al Presidente muchas veces, es la definición que él da, porque definiciones de cultura hay miles, pero uno tiene que asumir una para diseñar sus políticas". http://www.ministeriodelacultura.gob.ve/index.php?option=com_content&task=view&id=5699&Itemid=90).


Gracias, ministro, por mostrarnos, a través de esta posición suya, lo que es aprender a pensar y a dejar de repetir.


Andrés Rondón
Quedo pendiente con mi imagen y mi pregunta, correspondiente al primer ejercicio de la clase con los panas de Mérida (aun no tengo pareja). Sólo sé que me interesa hablar de la última película de Román Chalbaud: Zamora. ¡Pronto haré la entrada!

miércoles, 23 de septiembre de 2009

¿Por dónde empiezo?

Ésta fue la pregunta que rondó por mi cabeza por al menos 20 minutos, después de completar los dos pasos previos en la creación de este blog, mi primer blog. No sabía que escribir, o, mejor dicho, no terminaba de definir cómo escribir "éso" que ya sabía que debía escribir: mi presentación. Por dichas dificultades, prefiero comenzar mi "entrada" cual niño de escuela en su primer día de clases: mi nombre es Andrés Rondón, tengo 19 años de edad y estudio 5to. semestre de Artes en la Universidad Central de Venezuela. Soy caraqueño y adoro profundamente a mi agitada y olorosa ciudad. Me gusta, me intriga y respeto muchísimo el cine. Sé muy poco de música y detesto Sábado Sensacional.

Este blog forma parte de un interesante proyecto propuesto, aquí en Caracas, por la profesora Gloria Monasterios, y busca, principalmente, estimular la interacción, el encuentro, entre los estudiantes de Artes de la UCV y de la ULA. Debo comentar que esta iniciativa, este proyecto, en general, me es muy agradable; me interesa mucho. Considero también que es algo necesario y que podría ser muy fructífero. Hay varias razones. Una de ellas es porque, además de propiciar un "encuentro", puede ofrecer mucho más... las otras razones me las reservo. Por ahora sólo me aventuro a decir lo siguiente: ¿Cómo es posible que yo no esté enterado de lo que están haciendo en aquella casa de estudios, tan emparenteda -creo- con la mia?, ¿Por qué en mi escuela hay un desconocimiento general -voluntario o involuntario- de la movida artística merideña? ¿Qué pasa, vale?

Espero que, en vez de ponernos a responder estas preguntas, comencemos -o intentemos comenzar- a trabajar juntos o, por lo menos, a conocernos.


Con mucho sueño, me despido, y los invito, a mi gente de la UCV y a los panas de Mérida, a conversar tipo tranquilo en este espacio, así como si estuvieramos tomándonos unas birras o unos calentaítos.