domingo, 10 de enero de 2010

Daniel Mato: Todas las industrias son culturales: breve resumen

En su breve y conciso texto, Daniel Mato plantea y desarrolla una crítica sobre una noción algo cotidiana y entronizada, como es la idea de Industria Cultural. Según lo expuesto por el autor, la aplicación de tal idea para catalogar sólo a un determinado grupo de industrias, como la de la televisión, la de la música, el cine o la radio, por ejemplo, se presenta, a su vez, como un proceso de exclusión evidente, pues conlleva a dejar de lado a otras industrias que son igualmente susceptibles a ser consideradas “culturales”, como la industria del juguete, la del vestido y la automovilística. La razón por la cual estas industrias deberían ser consideradas de tal forma radica, a grandes rasgos, en la profunda importancia y repercusión que tienen en la sociedad, es decir, en sus “consumidores” directos; o para ser más precisos, porque “producen productos que, además de tener aplicaciones funcionales, resultan socio-simbólicamente significativos”.

Luego de referirse muy brevemente a la idea de Consumo Cultural, de gran relevancia también en el ensayo, y la cual explica como el consumo tanto de aquellos productos provenientes de las primeras industrias mencionadas (televisión, cine), como a otros tipos de consumo, tales como visitas a los museos y salidas al teatro; y después de ofrecer ciertos datos sobre el origen de dichas ideas, Daniel Mato comienza a analizar, muy esquemáticamente, la condición cultural de algunas industrias, revelando la importancia socio-simbólica de estas. La primera en ser estudiada es la del juguete. Aquí, en este punto, el ensayo empieza a tornarse interesante.

Según Mato, para lograr distinguir su carácter cultural, la industria del juguete debe ser vista desde una perspectiva general; esto es, entendiendo todo lo que engloba, desde la producción del juguete en sí, del objeto, hasta su empaque, y comprendiendo, además, el mercadeo y la publicidad que se hace de éste; en pocas palabras, su contexto, puesto que –siguiendo a Mato- estos dos últimos aspectos son los que imponen la manera en que debe jugarse con ellos; son los que establecen una suerte de instructivo. Sabemos que, en cierta medida, esto es verdad. Es un hecho que la publicidad, a través de sus súper efectivos mecanismos, antes sólo un poco sugerentes, discretos, ahora obvios y directos, dicta la forma “ideal” de usar el juguete. Sin embargo, la efectividad de la publicidad de la industria del juguete es aún mayor –y hacia eso es a donde está orientada- mostrándole al niño lo bien que se ve jugando con determinado producto, y, en algunos casos, lo que puede alcanzar con él (sobre esto hay muchos ejemplos, pero por ahora no es pertinente profundizar demasiado. Sólo recordemos, por citar un ejemplo más que conocido, el famosísimo e inmortal “set de belleza” para niñas, con sus labialitos y todos sus particulares accesorios: ¿Jugando con dicho set, qué les proporciona mayor satisfacción a las niñas: maquillarse o lucirse, coquetísimas y actuando como mujeres, ante las otras niñas?).

Además de ser una especie de herramienta para resaltar, el juguete, como sabemos (por ser adultos, claro), comprende una inmensa red de asociaciones y de significaciones que, entre otras distinciones, le otorgan a éste un papel decisivo en el proceso de construcción y de comprensión de sí mismo, en su integridad, al niño. Los casos que menciona el autor, sobre las muñecas “étnicas” (“coloreadas”) y la Barbie, son los más característicos, comunes e ilustrativos. Ciertamente, estas muñecas configuran profundamente la manera en la que las niñas se conciben en la sociedad: tanto la Barbie, imponiéndoles el modelo de la mujer ideal a seguir, impulsando, a su vez, el rechazo de todo aquello que no se adecúe a esa imagen (incluyéndolas muchas veces a ellas mismas, por supuesto); como la morena Huggy Bean, ofreciéndoles una figura alternativa a las niñas afrodescendientes, “distintas”, para que consigan “identificarse positivamente”. Estos “elementos contextuales” fundamentalmente son los que impulsan a Mato a incluir a la industria del juguete dentro de la categoría de Industria Cultural, y está en lo cierto. Es decir, el papel que cumple esa industria en la sociedad es indiscutiblemente evidente e importante.

La industria del vestido, por otro lado, acusa más razones para “acreditarse” con la etiqueta de Industria Cultural. Su impacto en la sociedad es aún mayor que la Industria del juguete, y su alcance y repercusión es superior. Entre varias razones que señala Mato, hay dos que resaltan. La primera se refiere a la idea de la moda.

Delimitando el concepto de moda, cuya amplitud abarca desde modas literarias hasta modas de juguetes, Mato afirma que las modas de vestir, (la ropa, la indumentaria) responden al deseo de los individuos de pertenecer a un grupo social específico y, a la vez, diferenciarse dentro de esos grupos. Mato, a modo de argumento, nos presenta otro hecho evidente.

Sin pretensiones de revisar las tendencias en las formas de vestir de las últimas décadas (no es pertinente hacerlo), puede afirmarse que la gran mayoría de esas tendencias fueron promovidas y posteriormente consolidadas por personas con intenciones de destacar del resto, de ser “diferentes”. Basta, por ejemplo, con fijarse en la gran diversidad de estilos que están presentes en la actualidad. Cada uno posee sus códigos y sus premisas con respecto a la ropa: los “Emos”, los (auto) rechazados de la sociedad, se inclinan por usar prendas negras y fucsias, y detestan -quizás con la misma intensidad con la que son supuestamente rechazados- el verde fluorescente; los que siguen el Hip-Hop, con sus ropas anchas y gorras, y los “Punketos” se visten a su manera –similar, en parte, a la de los “Emos”, pero con más negro y menos fucsia (detestan el fucsia como a cualquier ente que represente autoridad)-. Todos estos grupos, y los que quedan (¿Los conocidos y blancos “Santeros”, quizás?) siguen sus códigos atendiendo y respondiendo a ese deseo que menciona Mato por pertenecer a un círculo en particular. Esto, ciertamente, puede ser objeto de largas y acaloradas discusiones, pero debe reconocerse que lo que impulsa determinadas formas de vestir no es sólo una necesidad por protegerse del clima y de la desnudez (que lo digan los que, en un día soleado, usan suéter con capucha).

Con ese argumento, Daniel Mato devela e ilustra el claro carácter cultural de la industria del vestido, y sitúa a ésta dentro de la gran idea de Industria Cultural. La otra razón que expone el autor, que se refiere, a grandes rasgos, al impacto que provoca la producción propiamente dicha en la vida de los trabajadores de las grandes corporaciones de ropa (salarios bajos con relación al trabajo realizado, por ejemplo), pese a no ser desarrollada, es igualmente importante.

Con respecto a la Industria del automovilismo y a la de la comida rápida, sobran las razones para considerarlas, en el sentido que Mato le otorga a lo largo del ensayo a ese concepto, como Industrias Culturales. Sus repercusiones y significados socio-simbólicos son para sus “consumidores”, en esencia, similares a los de la Industria del vestido y a la del juguete. Los argumentos ofrecidos por el autor son totalmente acertados, y, con relación a la industria del automóvil, hasta reveladores (sobretodo el que señala que el automóvil ha afectado y modificado el cortejo y la sexualidad de los individuos.). En general, Daniel Mato logra cumplir con su objetivo; consigue ampliar la noción de Industria Cultural, y, aunque no explique exactamente, y a profundidad, cuál es el porqué, la justificación de su objetivo, así como sus consecuencias e implicaciones inmediatas, aparte de mencionar que la aplicación de la idea de Industria Cultural es limitada y excluyente; habilita y proporciona herramientas y datos para estudiar y discutir sobre un tema más cotidiano e importante de lo que parece. El concepto de Industria Cultural queda destronado.

1 comentario:

  1. Andrés, muchas gracias por tu resumen y comentario sobre mi texto, está muy logrado y enriquecido con tus propias observaciones y reflexiones. Saludos, Daniel (Mato)

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